3 de abril de 2013

[MTS] Capítulo 04 - Cita paga

 De nuevo, no tengo ganas de editar un avatar xD Creo que voy a terminar sacando eso ._.
Sin bandera - Entra en mi vida (la radio, la radio xD yo no escucho tanta cosa corta venas xD)
 En casa ^^

Ciaossu~!!
Y el ganador por unanimidad *cofdosvotosenrealidadcof* fue MTS :D así que los dejo con este episodio ^^ El anteúltimo, BTW >____<
Pasen por las páginas que están arriba para chusmear acerca de dos nuevos proyectos: Bad desire y Tainted love ^^
Enjoy~ ♥




Título: More than souls.
Fandom: Johnnys.
Pairings: IkuTego [Ikuta Toma x Tegoshi Yuya], RyoTego [Nishikido Ryo x Tegoshi Yuya] (pero nadie dice que no puedan haber más ;3)
Formato: Multi-chaptered.
Género: AU, romance, smut, violento.
Rating: NC-17.
Capítulos: 04 / 05
Sinopsis: Preguntas cuyas respuestas asustan. La verdad poco a poco sale a la luz y esa misma da paso al amor.



-------------------------------------------------------


Capítulo 04: Cita paga.


Había pasado una semana desde que no lo veía. Se enteró por Tomohisa, que se había ido con Ryo a una cita amorosa quién sabe adónde, pero él no estaba del todo seguro de eso, es más, tenía miedo.
Tal como lo había predicho, Rina se había reído hasta terminar en el baño cuando le dijo que había besado a Yuya. Le siguió contando lo sucedido en el club nocturno al día siguiente mientras ella seguía riendo, pero al salir, se dio cuenta que, en realidad, no había nada por lo cual reírse. Después de todo, si Yuya lo había besado, eso sólo significaba que a quien había besado era a Toma.
Era bastante entrada la madrugada cuando un mensaje de texto irrumpió su sueño. Al ver el remitente del mismo, Toma se sentó de un salto en la cama antes de leerlo. Acto seguido, se levantó y abrió la puerta del departamento. Efectivamente, allí estaba. Sin darle tiempo a preguntar, arrastró al dueño del mismo hacia el interior, cerrando la puerta de un golpe y lo besó con pasión. Toma no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Fue imposible no gemir, no sentir que la sangre hervía dentro suyo a cada caricia que Yuya le proporcionaba a su cuerpo.
– Te… Tegoshi-kun – Gimió el morocho, deteniendo sus acciones al sentir sus manos bajando para encontrar su pantalón –. ¡¿Qué te sucede?!
Lentamente, el rubio volvió ambas manos en torno a su cuerpo.
– Necesito dinero…
– ¿Qué?
– Necesito quinientos dólares – Prosiguió, mirándolo a los ojos. Si algo había aprendido Toma en el tiempo que había estado con Yuya, había sido a saber qué quería con sólo mirarlo a los ojos. En ese momento, vio desesperación pura en ellos.
Su oyente negó con la cabeza, sin decir nada. Acto seguido fue a su habitación, regresando a los pocos segundos con un pequeño sobre.
– ¿Era necesario hacer eso?
– ¿Qué quieres a cambio?
– ¿Qué? – Preguntó Toma, sonriendo.
– Es imposible que me prestes dinero sin pedir algo a cambio.
– ¿Acaso no somos amigos? Devuélvemelo cuando puedas, por ahora, no lo necesito.
Yuya se lo quedó mirando. No podía creer que realmente no le fuera a pedir nada a cambio por esa cantidad de dinero, y mucho menos, que confiara en que iba a tener la suerte de devolvérselo algún día.
– Gracias – Susurró –. No me equivoqué al pensar que eres una buena persona.
Se acercó a él y le dio un suave beso en la mejilla antes de irse. Toma se desplomó sobre el sillón. Pensó que debía haberle preguntado para qué necesitaba tanto dinero y, sobre todo, por qué lo necesitaba a esa hora de la noche.

Regresó al departamento. Notó que estaba más dado vuelta que de costumbre. No se equivocó al ver a una muchacha semidesnuda, cubriendo su cuerpo con un sobretodo, saliendo de la habitación. Se la veía molesta y sucia. Sin mediar palabras, la joven salió del departamento, pegando un portazo. Al llegar a la habitación lo halló tal cual lo había dejado antes de irse: drogándose. Se acercó a él y le entregó el sobre que le había dado Toma, dejando a la vista los billetes que había en su interior. Odiaba verlo así. En realidad, nunca le había agradado verlo de ese modo. Tan perdido. Suspiró y se sentó a su lado. Esperó que la droga hiciera su efecto para poder hablar. Al hacerlo, se percató de los billetes que descansaban sobre la cama, esperando para ser contado por sus manos.
– Sabía que ese tipo sería fácil… Pero no me imaginé que tanto – Chistó al contar los billetes, las manos le temblaban –. ¿Están los quinientos?
– Sí – Respondió Yuya, dándole la espalda.
– ¿Qué le hiciste?
– Nada.
Ryo lo miró. Frunció el ceño. Dejó los billetes donde estaban y lanzó el cuerpo de Yuya sobre la cama.
– ¿Qué? – Preguntó el mayor sobre sus labios.
– No quiso nada a cambio.
– Es un estúpido – Dijo el morocho, sonriendo con arrogancia –. Eso es porque no sabe lo bien que haces el oral – Le susurró, lamiendo el contorno de la oreja del menor –. Los quinientos eran para la puta que se fue. Se enojó porque me corrí adentro. Ella se lo pierde – Recorrió su pecho con las manos, antes de abrir de un tirón su camisa, haciendo saltar la mayoría de sus botones –. Mañana estás libre. ¿Qué te parece si esta noche nos divertimos, Yu-chan?
Odiaba que lo llamara así. Principalmente, porque sabía el significado de ese apodo. Su cuerpo iba a lamentarlo al día siguiente, pero tal y como se lo había dicho Ryo hacía ya mucho tiempo, eso era lo único para lo que él era útil.

Sintió su cuerpo quebrarse cuando se levantó. Su compañero de lecho dormía plácidamente a su lado. Claro, después de todo, él nunca había sido el pasivo en esa relación. Se preguntaba internamente si alguna vez Ryo había estado con otro hombre y, de haber sido así, si alguna vez,  había dejado de ser el activo. Se dirigió al baño, con calma y se duchó. Se sentía pésimo consigo mismo. Así era como se sentía cada vez que terminaba de hacer el amor con Ryo, al menos, de ese modo. Quizás ese era el castigo que le había impuesto Tadayoshi por haberle sido infiel una vez. Y ni siquiera muerto, dejaría de sentir ese dolor porque era en ese momento de miseria que su figura se hacía más presente en su mente, recordándole la vida que había tenido junto a él, esa vida que nunca más volvería a tener. Dejó que sus lágrimas se mezclaran con el agua de la lluvia, su silencioso llanto parecía no tener fin.

Dejó su desayuno preparado y salió. Estaba seguro que iba a estar en su casa. No tenía trabajo, no estudiaba, pero tiempo para parrandear no le faltaba. Una parte suya se preguntaba de qué forma ganaba dinero para gastarlo en alcohol y mujeres prácticamente todas  las noches, pero otra parte suya, pensaba que lo mejor era no saberlo. Golpeó la puerta del departamento y esperó a que él abriera.
– Vaya… Es extraño que vengas a visitarnos tan temprano, Yu-chan.
A Jin siempre le gustaba hablar de su hombría cada vez que él iba a su casa.
– ¿Puedo pasar?
– Claro que sí – Sintió que Jin lo devoraba con la vista y no estuvo equivocado, hasta estuvo seguro de percatarse de un fino hilo de saliva que bajó por su comisura sin que su dueño se diera cuenta –. ¿A qué debo el honor?
– Mil dólares.
Jin silbó.
– Eso es mucho dinero.
– Hazme lo que quieras… Por mil dólares.
El mayor asintió con la cabeza, acercándose a él. Agarró su cuerpo con fuerza y lo empujó contra la pared.
– ¿Estás seguro de lo que estás pidiendo?
– Sí – Titubeó el menor.
– Bien… Pero antes, déjame llamar a unos amigos… Desde que les conté lo que haces… Se están muriendo por cogerte. Además…, tu novio no me pagó lo último que se llevó.
– Lo siento.
– Por eso… Lo bajo a cien – Yuya lo miró. Esperó a que terminara de hablar por teléfono. No sabía mucho de idiomas, pero estaba seguro de que había hablado con alguien en inglés –. Espero que no te moleste, pero… a mis amigos les gustan los juguetitos y los nudos…
– Siempre y cuando me paguen mil – Aclaró el rubio, dejando que Jin besara su cuello.
– Estás pidiendo demasiado, zorrita – Le dijo Jin, agarrando su mentón con fuerza y mirarlo así a los ojos –. Para que te paguen eso, como mínimo, vas a tener que estar disponible todo el día.
– Pienso estarlo.
– Ohh… Vinimos con mucha energía. Espero que no me falles, Yu-chan – Sintió un pinchazo en el brazo. Ladeó su cabeza hacia la derecha, donde, efectivamente, Jin le estaba inyectando algo que lo estaba haciendo marear. Intentó zafarse pero el mayor agarró su brazo y lo alejó –. Shhhh – Lo calló, besando su frente, mientras el rubio dejaba escapar una catarata de lágrimas de sus ojos, sabiendo muy bien lo que sucedería a continuación. Prefería mil veces estar consciente de lo que sea que hacían con su cuerpo. Por lo menos, Ryo nunca llegaba a drogarlo hasta perder el conocimiento, pero tal parecía que Jin no era así –. Sino… No tiene gracia. Total… Gritar, vas a gritar igual – El sonido del timbre los interrumpió –. Ya vinieron tus amiguitos – Susurró, sobre su oído –. Come in, guys! – Los invitó a pasar el dueño de casa, oyendo Yuya tan sólo palabras que no tenías sentido para él. Sintió que Jin aflojó su agarre sobre él, quitándole la ropa rápidamente hasta dejarlo en ropa interior –. Trágate esto – Le dijo Jin, metiéndole a la fuerza lo que alcanzó a sentir como dos pastillas, las cuales terminó escupiendo.
– La chica se le reveló, Mister Jin – Dijo uno de los recién llegados.
– No se preocupen, yo conozco muy bien a esta perra – Lanzó el cuerpo de Yuya al suelo. Lo que sea que le había inyectado lo había dejado inmovilizado. Sintió la rodilla de Jin sobre su cuello, obligándolo a abrir la boca para que entrara aire a sus pulmones –. Tragáte… las…, puta…
Lo hizo. Si no lo hacía, no iba a poder seguir respirando. Ardor, lo siguiente que sintió fue un ardor que estaba  haciendo hervir su sangre. Un ardor que dolía.

Al día siguiente era el cumpleaños de Yuya. No estaba del todo seguro si estaría bien regalarle algo ya que, en realidad, nadie le había dicho que era su cumpleaños. Se agarró la cabeza. No podía estudiar. El timbre lo volvió a Tierra, dándose cuenta de lo tarde que era.
– ¿De nuevo quieres dinero prestado? – El recién llegado le sonrió débilmente, entrando al departamento del mismo modo -. ¿Estás bien?
Yuya deslizó su mano por la mesa aunque, más bien, parecía que se estaba apoyado sobre ella para no terminar en el suelo.
– Aquí… está lo que me prestaste – Le dijo, dejando varios billetes sobre la mesa, los cuales Toma agarró a los pocos segundos.
– Pero… Esto es el doble…
– Eso es en agradecimiento… Por ser amable…
– Creo que no es necesario…
– Yo creo que sí – Por primera vez desde que entró, lo estaba mirando a los ojos. Esta vez lo que había en sus ojos no era desesperación, sino algo mucho más profundo, algo mucho más violento y urgente –. Personas como tú… ya no quedan en este mundo… Créeme… Ikuta-kun…, ¿puedes responderme algo?
– Dime.
– ¿Por qué… te hiciste amigo de Akanishi-san?
– ¿De Jin? – Le sorprendió sobremanera la pregunta, sobre todo porque no había pensado en su respuesta anteriormente y era bastante malo para mentir –. ¿Por qué preguntas eso?
– Eres… demasiado bueno para estar con una persona… como él… Como él y… como todos los demás…
– ¿De qué estás hablando, Tegoshi-kun?
Le sonrió, de nuevo.
– Creo que me siento… mal.
Su cuerpo se debilitó por completo, cayendo al suelo estrepitosamente. Toma se acercó a socorrerlo y sostuvo su cuerpo entre sus brazos.
– ¿Tegoshi-kun? ¿Estás bien? ¿Me oyes? – Estaba inconsciente, al menos respiraba, pero necesitaba oír su voz, necesitaba que le respondiera –. ¡¿Me oyes?! ¡Yuya!

Seguía dormido, o al menos eso creía. Abrió un ojo y luego el otro. Quiso sentarse de un salto al hallarse en un cuarto desconocido pero al intentarlo, volvió a acostarse, sintiendo su cuerpo partirse en dos. Volvió a incorporarse, esta vez lentamente. Forzó a su cuerpo a levantarse de aquella cama y poder llegar al cuarto de baño, donde se aseó. Le dolía todo y no era para menos. Lo poco que llegaba a recordar, no le gustaba en lo absoluto. Por más que quisiera pensar en otra cosa, sabía que eso no lo dejaría dormir por varios días, además de llevarlo a comprar nuevamente pastillas para conciliar el sueño. Tampoco le gustaban esas pastillas. No quería volverse adicto a ellas. 
Salió del cuarto de baño y de la habitación. Suspiró, agradeciendo estar ahí y no en casa de un desconocido. Ahora, prácticamente, le debía la vida.
– Lo siento – Musitó Yuya, a la persona que preparaba el desayuno dándole la espalda.
– Al fin despiertas – Dijo el morocho, mientras el aludido se acercaba a la ventana y buscaba espiar a los transeúntes a través de la misma –. Estaba por ir a despertarte.
– ¿Por qué…?
– ¿Qué cosa?
– ¿Por qué…? – Por algún motivo, no podía preguntarle exactamente lo que necesitaba saber. Esperaba que sus ojos lo expresaran por sí solos. Se dio cuenta de que fue así cuando Toma acarició sus cabellos.
– ¿Acaso pretendías que te dejara tirado en el suelo del comedor?
Esa no fue la respuesta que esperaba, pero a su lado, todo lo que sentía era tranquilidad.
– Supongo que no. Pero no estaba en ti… salvarme…
– No pensé en otra cosa cuando te vi allí. Lo siento.
– No, te lo agradezco.
– En vez de agradecérmelo con palabras, puedes hacerlo con actos – Le dijo Toma, volviéndose a la mesa para dejar los desayunos de ambos sobre la misma.
– ¿Haciendo qué, por ejemplo?
– Por ejemplo, olvidando lo de los mil dólares – El muchacho le extendió un sobre cerrado –. Acepto los quinientos que te presté, pero el resto, no es necesario.
– Tú no lo entiendes – Sonrió Yuya, lanzándose literalmente a la silla y mirándolo –. Realmente no lo entiendes.
– ¿Qué cosa debo entender?
– ¿Tienes idea cómo conseguí ese dinero?
– La verdad… No. No tengo idea. Y tampoco creo que sea de mí incumben–
– Yo… Vendo mi cuerpo por dinero – Toma lo miró –. Tengo sexo con la gente a cambio de dinero.
– Yo… No lo sabía…
– Tampoco tenías por qué estar enterado – Dijo Yuya, agarrando una tostada –. Ellos… hacen lo que quieren… conmigo…
– ¿Por qué no huyes? Digo, si no te gusta, ¿por qué no te vas y ya?
– ¿Recuerdas lo que te pregunté anoche? ¿Por qué estás con Akanishi-san? ¿Acaso no te diste cuando fuiste a su departamento, la primera vez que nos vimos?
– Tengo mis razones – Dijo Toma, comiendo una tostada.
– Eres un estúpido… Me estás preguntando a mí por qué no huyo y tú que tienes la posibilidad de hacerlo–
– Te acostaste con él, ¿verdad? – Yuya abrió los ojos como platos –. Sino, sí lo harías. ¿Es Ryo el que se lleva lo que ganas?
– Sí. A ambas cosas, sí.
– ¿Lo disfrutas?
– Antes… te lo dije, ¿no? No tengo alma.
– Sí la tienes. El hecho que estés vivo, quiere decir que la tienes.
– ¿Tú crees? – Preguntó, sonriendo, a medida que se levantaba y se acercaba a él –. Lo único que me dio algo de esperanza en todo este tiempo fue esto – Lo besó. Toma se quedó inmóvil –... Es… estúpido, pero… tú me diste algo de esperanza. Realmente, lamento todo esto – Yuya volvió a su asiento, agarrándose la cabeza, apenado por haberlo besado –. La verdad es que… me muero de ganas de hacer el amor contigo.
Como si hubiera sido movilizado por un resorte, Toma se levantó y entró a su cuarto, saliendo del mismo para dejar una caja de zapatos llena de dinero frente a Yuya. El muchacho miró la caja y luego a él.
– Saca mil dólares de ahí… y prepárame una cena romántica.
– ¿Eh…? – Preguntó el aludido, con el ceño fruncido, mirándolo con una sonrisa -. Pero si aquí hay…
­– Cinco mil dólares – Respondió el morocho.
– ¿Vas a pagarme cinco mil dólares para pasar una noche conmigo? – Yuya lo miró, sin perder su sonrisa ni por un segundo.
– Cuatro – Aclaró Toma, girándose para entrar a su habitación –. Regreso a la noche, así que, espero que ya esté la cena cuando lo haga.
El rubio se lo quedó mirando hasta que la puerta del cuarto se lo impidió. Regresó su vista a la caja y miró el contenido de la misma, antes de apoyar la totalidad de su espalda sobre el respaldo de la silla, suspirando, sin poder ser capaz de creer absolutamente nada. Toma, por su parte, se quedó unos instantes con el cuerpo apoyado contra la puerta del baño. Se había dejado llevar por sus sentimientos, pero al mismo tiempo, no sólo deseaba estar con Yuya, sino, lo que más quería, era alejarlo de Ryo por completo. Mientras dejaba que el agua de la ducha cayera sobre su cuerpo, se preguntaba en qué momento había cambiado tanto esa persona a la que él había llegado a llamar hermano, o si siempre había sido de ese modo y para hablarle se disfrazaba con una máscara en la cual había depositado toda su confianza.
– …Sí, tres mil dólares. Ahjá. Lo sé – Toma se le acercó, estaba de espaldas a él, de cara a la ventana –. Sí… Nos vemos.
– ¿Por qué se lo dijiste?
– Me asustaste  – Declaró el muchacho, girándose con una sonrisa. El morocho, que se estaba secando el cabello con una toalla, se dio cuenta de eso al ver el salto que pegó cuando le habló –. Es que… tengo que ir a casa de todos modos. Para una cena romántica, no puedo estar vestido así, ¿no?
– Puedes ducharte aquí si quieres.
– Ikuta-kun – Dijo su nombre, después de una pausa –. Si no lo hago, me buscaría por Cielo y Tierra. Él no está enterado de lo de Jin…
El aludido lo miró, apoyándose sobre el apoyacabezas del sillón.
– ¿Por eso le dijiste que iba a darte tres mil?
– Ahjá.
– ¿Y por qué lo hiciste?  – El rubio lo miró –. Irte a lo de Jin, y dejar que te hiciera lo que te hizo.
– Por ti. Porque no te merecías lo que te hice.
– No me hiciste nada malo – Su mano siguió frotando sus cabellos con extrema fuerza, pero las manos de Yuya deteniendo sus movimientos para secarlo él, lo detuvo.
– Te engañé. El dinero que vine a pedirte, nunca fue para mí. Fue para Ryo, para que él pudiera comprar más droga.
– ¿Hace cuánto se droga…?
El aludido sostuvo la toalla entre sus manos, pensativo.
– Ahora que me pongo a pensar… No lo sé. Ryo nunca es diferente en público. Cuando lo hace, lo hace en privado. Cuando está conmigo – Reconoció –. Pero estoy casi seguro de que empezó a hacerlo cuando vinimos a Tokio. Creo que eso lo cambió.
– Ya veo – Dijo Toma, sacándole suavemente la toalla al rubio –. Entonces, te espero esta noche.
El aludido asintió, sonriendo ampliamente.
– ¿Está bien si sólo me llevo mil dólares y el resto me lo das mañana?
– Seguro – Dijo Toma, poniéndole la tapa a la caja y agarrándola entre sus brazos. Yuya se fue, no sin antes darle un suave beso sobre la mejilla. Toma cerró los ojos, dejando que el perfume que aún lo rodeaba, quedara impregnado en cada milímetro de su piel –. Hasta la noche…, mi amor – Musitó, para sí, una vez el muchacho se fue.

Suspiró antes de entrar. Increíblemente, la cocina y el living estaban limpios, por lo que, esperaba que la habitación también lo estuviera; y es más, que él no estuviera allí. En vez de entrar a la habitación, se volvió a la ventana, donde descansaba una rosa de plástico en un pequeño florero. Lo alzó, teniendo cuidado de que la flor no cayera al suelo y lo giró. El hueco que formaba parte del pie del mismo era lo bastante profundo para guardar dinero. Ese era el escondite perfecto para esos mil dólares que tenía que usar para hacerle una cena romántica a Toma. Los guardó allí y volvió sus pasos al dormitorio, lugar del cual Ryo abrió la puerta.
– ¿Por qué no entraste?
– Estaba por hacerlo, pero fui por un vaso de agua – Respondió el recién llegado rápidamente, por lo que el morocho, simplemente lo miró de arriba abajo, dándole el paso para que entrara. Quitándose el collar que estaba alrededor de su cuello, sus pendientes y sus anillos, frente al espejo, Yuya lo miró de reojo. No había estado con nadie, y parecía que recién se había levantado.
– Jin me dijo que fuiste a verlo anoche.
– Ah… Sí. Fui.
– También me contó lo que te hicieron. ¿Tan fuerte te dieron que te quedaste hasta hoy?
– ¿Jin te dijo eso?  – Lo miró, sonriendo, pero el pendiente que no quería salir de su lóbulo, lo hizo volver la vista al espejo, mientras que Ryo, tan sólo frunció el ceño, acercándose rápidamente a él para ayudarlo –. Gracias…
– No, Jin no me dijo nada. Pero lo supuse. Si no estuviste con Jin – Desprendió uno por uno los botones de su camisa, quitándosela y dejándola en el suelo para besar uno de sus hombros –, ¿con quién estuviste?
– Con Ikuta-kun – Respondió el rubio, tragando en seco.
– ¿Ah, sí? – Ryo lo miró a través del espejo, sonriendo.
– Sí. Él dijo que… quería hablar conmigo… y fui – Volvió a tragar en seco. La mentira era algo que no se le daba del todo bien, menos con Ryo.
 – Ah… Ya veo – Sintió una de sus manos sobre su hombro, y la otra recorriendo su cuello con uno de sus dedos –. ¿Y dijo que quería encamarse contigo así sin más?
– Me dijo que había oído rumores y… Bueno…
El aludido asintió con la cabeza, agarrando a Yuya de los hombros para girarlo y mirarlo a los ojos.
– No me estarás mintiendo, ¿verdad? – Le preguntó. El menor tragó en seco, sintiendo cómo su dedo pulgar recorría su nuez de Adán, dejando la palma apoyada sobre el resto de su cuello.
– ¡Claro que no! – Respondió el aludido, zafándose del agarre, antes de que este se volviera más fuerte. Acto seguido, giró su cuerpo a la cajonera bajo el espejo, de la cual abrió el segundo cajón para elegir entre las camisas y remeras que allí estaban. Ryo, mirándolo a través del espejo, volvió a colocarse detrás suyo, apoyando todo su cuerpo encima de su espalda, entrelazando una de sus manos a la suya mientras la otra, acariciaba su ombligo.
– No estarás enamorado de ese Ikuta…, ¿verdad?
Volvió a tragar en seco. Se había olvidado que Ryo lo conocía todavía más de lo que pudo haberlo conocido Tadayoshi. Suspiró y se giró, rodeando su cuello con ambas manos y besando dulcemente sus labios.
– Al único que amo es a ti – Susurró, casi gimiendo, besando luego su oreja, sonoramente.
– Eres tan tierno cuando quieres sexo – Sin previo aviso, el morocho agarró con fuerza el rostro del menor, obligándolo a besarlo. Del mismo modo, lo empujó contra la cajonera, siendo golpeada su espalda, por lo cual, Yuya lanzó un quejido de dolor. Agarrándolo de uno de los brazos, lanzó su cuerpo sobre la cama, dándole una cachetada que resonó entre esas cuatro paredes –. Espero que no me estés mintiendo, pero no serás tú el que sufra las consecuencias – Se acercó a su oído, susurrando para que lo dijera, lo oyera sólo él –…, será tu amiguito.

Todavía faltaban casi dos horas para volver y estaba sumamente nervioso. Cuando tenía ese sentimiento de incertidumbre llenando cada parte de su corazón, ese era el único lugar donde podía encontrar tranquilidad. Entró a aquel local de yakitori, encontrándolo como de costumbre, con unos pocos comensales.
– ¡Oh! – Uno de los dueños del mismo, lo reconoció apenas entró, dedicándole el muchacho, una reverencia, antes de tomar asiento frente a la barra –. Bienvenido, Ikuta-kun.
– Gracias – Saludó el morocho, tímidamente.
– ¿Vas a comer lo de siempre? – Le preguntó una mujer, la esposa del dueño del lugar, dejando escasos segundos sus labores culinarias y girándose apenas para mirar al muchacho.
– Sí, por favor – Pidió Toma, dejando sus cosas en una de las banquetas que estaban a su lado –. Ah… Okura-san – Dijo, llamando a la mujer, quien lo miró –, ¿puedo hacerle una consulta?
– Claro, dime – Accedió la mujer, reemplazándola su esposo para revolver algo delicioso en una olla.
– Tengo un amigo que… tiene un problema – La mujer asintió con la cabeza, poniendo especial atención a sus palabras –… Él… quiere irse de Tokio… y no tiene un lugar donde parar… Usted es de Osaka, ¿cierto? ¿No tiene algún… contacto que pueda darme?
Titubeaba demasiado, del mismo modo en que lo hacía cuando debía contarles algo sumamente importante a sus padres. La mujer se lo quedó mirando unos instantes y luego volvió su vista a su esposo.
– Cariño – Lo llamó, por lo que el aludido se giró.
– Claro que tenemos contactos en Osaka, pero…, ¿cuál es el problema de tu amigo?
– Es algo… bastante complicado de explicar – Se llevó una mano a la nuca, rascándosela, esbozando una sonrisa nerviosa, sin poder ser capaz de mirarlos. Ambos adultos se miraron entre sí.
– ¿Puedes dejarnos tu número de teléfono? – Le pidió la mujer, facilitándole una servilleta y un bolígrafo –. Apenas sepamos de algo, te lo haremos saber a la brevedad.
Toma los miró, sonriendo ampliamente.
– Muchísimas gracias – Les dijo, desde lo más profundo de su alma, dedicándoles a ambos una exagerada reverencia.

Sus labios, su paladar, todo, saboreó ese ramen hasta la última gota. Le encantaba ir a ese lugar, no sólo porque la comida era exquisita sino, también, porque una de las personas que lo atendía, se había vuelto en su mejor amigo desde la primera vez que se vieron.
– Sí que tenías hambre, Tesshi – Le dijo, acariciando con dulzura sus cabellos, acto que el menor aprobó dedicándole una sonrisa.
– Sí… Estuve todo el día dando vueltas…
– Imagino que todo eso no es para Ryo, ¿cierto? – Preguntó el mayor casi con miedo, en referencia a las bolsas que rodeaban al rubio.
– Claro que no – Respondió Yuya, sonriendo.
– Entonces… ¿Es para el chico del que me estuviste hablando?
El aludido suspiró, sonriendo, haciéndole una seña al mayor para que se acercara y poder él así, hablarle al oído.
– Me pidió que le hiciera una cena romántica.
– Ehh… Eso me suena a que está enamorado de ti.
– No te adelantes a los hechos – Le pidió el rubio, negando tanto con la cabeza como con sus brazos.
– ¿Tú qué sientes por él?
– Tranquilidad. Él me da esa tranquilidad que hacía mucho tiempo no había vuelto a sentir.
– ¿Se lo dijiste? – El aludido asintió con la cabeza –. ¿Y él que te dijo?
– Kei-chan… No es tan fácil…
– Ah, cierto. Ryo – Recordó el muchacho, revoleando los ojos –. Si ese chico te quiere, ¿no crees que es tu oportunidad para irte?
– Conoces a Ryo. Él sería capaz de buscarme por cielo y tierra si desaparezco…
Keiichiro se hincó de hombros.
– Como quieras, pero, espero que no desaproveches lo que destino te puso en el camino. Si lo amas, no lo dejes ir, idiota.
El rubio sonrió ante sus palabras. Tenía razón, pero al mismo tiempo, tenía miedo a escapar. Se sentía como una pequeña ave que estuvo siempre confinada al encierro de su jaula y que por primera vez, tenía la pequeña puerta abierta para escapar. Quizás era eso, quizás le tenía miedo a la libertad y a ser capaz de amar de nuevo.  

No sabía hacía cuanto había regresado. Todo estaba apagado, incluso las luces. Lo único que iluminaba el lugar eran las velas y las lámparas que había distribuido por toda la habitación. Levantó los pies que estaban pegados al suelo para llevar sus rodillas debajo de su mentón, abrazándolas con ambos brazos. Sus ojos miraban cómo una de las velas ondeaba levemente, siendo mecida por la suave brisa que entraba por algún lugar. Las palabras de Ryo seguían resonando en su mente, mientras que, al recordar cada golpe que le dio, le dolía cada parte de su cuerpo con una fuerza sobrenatural. No podía recordar en qué momento se había vuelto inmune a él, a sus golpes o a sus insultos. O quizás, todo eso le parecía tan normal que ya no le afectaba. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la apertura de la puerta de entrada, haciéndolo levantar cual resorte de aquel cómodo sillón.
– Bienvenido – Le dijo al recién llegado que, sumamente anonadado, observaba cada rincón del lugar, intentando reconocer su hogar entre tanta oscuridad.
– Regresé – Musitó Toma, cerrando la puerta a su paso. Quitándose la mochila y el resto de las cosas con las que cargaba, se acercó a la mesa para dejarlas sobre una de las sillas. Yuya se le acercó y le dio un suave beso en la mejilla –. Creo que exageraste con el concepto…
El rubio rió suavemente.
– Supongo que eso quiere decir que te gustó, ¿no?
– La verdad que sí – Reconoció el mayor.
– Siéntate, ya sirvo la cena  – Le pidió Yuya, dirigiéndose a la mesada de la cocina para servir tallarines con una salsa con unos pocos condimentos –. Espero que te guste – Dijo, decorando ambos platos con un poco de queso rallado, antes de volver a la mesa y dejarlos sobre la misma –. La verdad es que hace mucho que no cocino, y tampoco es que sea muy bueno.
Bueno… Nunca lo has sido”, pensó Toma, recordando las pocas veces que Yuya había insistido en hacer la cena y había terminado por hacer algo que distaba mucho de ser comestible.
Itadakimasu – Dijo Toma, una vez el rubio se sentó frente suyo. Rodeó varios fideos al tenedor, algo dubitativo en llevarlo o no a su boca. Tragando en seco, notando la mirada curiosa que el menor tenía posada sobre él, accedió a hacerlo, masticando varias veces, llevándolo de un lado a otro de su boca hasta finalmente, digerirlo.
– ¿Y? ¿Está bueno? – Preguntó el menor, entusiasmado. Para su sorpresa, el morocho abrió grande los ojos, sin poder creer ni él mismo lo que estaba a punto de decir.
– Está delicioso…
– ¡Qué suerte!
– ¿Cuándo aprendiste a cocinar? – Preguntó, llevándose otro par de tallarines a sus labios.
– Si te tengo que ser sincero… hoy le pedí unos consejos a un amigo…
– ¿A un amigo?
– Sí, no tiene nada que ver con Ryo, ni con Jin. Él es un chico que conocí al poco tiempo de haber llegado a Tokio. Él sabe absolutamente todo de mí… y de Ryo. Es como… una especie de ángel guardián para mí.
– Ya veo – Volvió su vista a la comida. Sus palabras lo habían tranquilizado. Algo le daba a entender que más que un enemigo, esa persona no era otra cosa que un hermano mayor para Yuya –. ¿Cómo te fue hoy? – El rubio ladeó apenas su cabeza, masticando un poco de comida –. Con Ryo.
El aludido digirió la comida y lo miró, dejando los cubiertos a ambos lados del plato.
– No creo que sea un tema del cual debamos hablar ahora. No quiero arruinar la cena – Reconoció el muchacho.
– Pero yo quiero saberlo – Yuya lo miró –. Es parte de los cuatro mil dólares.
Yuya suspiró, cerrando los ojos profundamente antes de empezar a hablar.
– Me amenazó – Agarró el tenedor para jugar con uno de los tallarines –. Me dijo que si intentaba algo contra él, el que sufriría las consecuencias – Lo miró –…, serías tú…
– ¿Qué más? – No era sólo por fuera que parecía no importarle las amenazas de Ryo, los años que había llevado a su lado habían sido prueba suficiente para saber que él era como esos perros que por mucho que ladren, no muerden.
– ¿Crees que es una broma?
– Creo que él no sería capaz de hacerle daño ni a una mosca.
Yuya rió.
– Siempre actúas como si conocieras a Ryo y como si me conocieras a mí – Frunció el ceño –, pero no es así. Ryo no está solo. Ahora está junto a Jin y eso lo hace invulnerable.
– ¿Y qué tiene Jin como para que deba temerle?
– ¿La verdad? – El aludido asintió –. Todo. Jin es un dealer. Y Ryo, es uno de sus mejores clientes. Por eso realmente nunca pude entender cómo personas como Yamashita-kun y tú estaban metidos con ellos. Eligieron a las peores personas del mundo con las cuales relacionarse.
– Pero eso hizo que te conociera.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Ni que fuera una joya! A veces no sé si eres estúpido o realmente no sabes nada de la vida.
– Creo que un poco de cada cosa…
– Yo creo que es más de lo primero.
– Los insultos no están dentro de los cuatro mil…
– Lo siento, amo.
– Toma está bien.
La cena pasó amena, charlando de cosas que simplemente salían de sus labios, sin pasar antes por su cerebro. Simplemente, se dejaban llevar por el flujo de la conversación.
Sentado en el sillón, Toma esperó hasta que Yuya regresó con dos copas y una botella de vino. El menor descorchó el mismo y vertió el contenido en ambas copas, dándole una al mayor antes de sentarse a su lado.
– ¿Por qué brindamos? – Preguntó Toma, sintiendo cómo el aroma del vino quedaba impregnado en sus pulmones.
– No lo sé – Respondió el rubio, hincándose de hombros.
– Por nosotros – Susurró, acercando su copa a la suya, mirándolo Yuya luego –, y por esta maravillosa noche.
– ¿Eso quiere decir que ya termina? – Preguntó el menor, con una fingida expresión de tristeza.
– Para nada – Dijo Toma, chocando su copa contra la suya para beber un sorbo de vino, imitándolo su acompañante, sin dejar ambos de mirarse a los ojos –. Más bien – Estiró su cuerpo para dejar su copa sobre la mesa ratona frente suyo, haciendo lo mismo con la copa de Yuya, acercándose luego a su cuerpo –…, creo que recién empieza.
Sus labios besaron los suyos con dulzura, perdiéndose Yuya en el aroma del vino y del perfume que se desprendía de la piel del morocho. Sus ojos se cerraron, sintiendo los brazos del mayor rodeando su cuerpo, acercándolo al suyo para hacerlo sentar sobre él. Lo miró a los ojos, llevando una de sus manos a su corazón.
– ¿Lo sientes? – Le preguntó el rubio, sonriendo –. No te das una idea… hace cuanto que no latía  de este modo, hace cuánto que no sentía que mi piel se estremeciera sola – Fue él quien lo besó ahora, frotando su entrepierna contra la suya, aferrándose Toma a su cuerpo al sentir su calor, al sentir su respiración golpeando sobre su piel.
– Yuya – Gimió su nombre, besando su cuello, despojándolo lentamente de su ropa, sintiendo cómo su sangre hervía de la sola idea de hacerlo suyo, de volver él mismo a hacerlo suyo. Recorrió su cuerpo desnudo con las manos, con sus labios. No había cambiado absolutamente en nada desde la última vez que habían hecho el amor, un recuerdo demasiado lejano pero que al mismo tiempo parecía ser tan cercano. Podía recordar perfectamente cómo le gustaba al menor que lo tocaran, que lo besaran, de qué forma se excitaba más, de qué manera hacer que sus gemidos se volvieran gritos de placer. En realidad, sí había algo que su mente no recordaba: hematomas regados por todo su cuerpo, como si esa fuera la marca de propiedad de alguien ajeno a él. Toma besó todas y cada una de ellas, como si de ese modo quisiera sanarlas. Debajo suyo, el cuerpo del menor, tal y como él le había dicho, se estremecía, dándole un sexo que sólo le había entregado a él desde la primera vez que lo había hecho suyo, entregándole todo su ser en cada gemido que salía de sus labios, en cada palabra de amor que le decía.
Nada había cambiado. Sentía que todo era igual que antes, o al menos, casi todo.

Las velas seguían encendidas. Sentía su cuerpo siendo acariciado con una delicadeza  que hacía mucho tiempo había dejado de sentir. Es más, nunca, desde que había llegado a Tokio, había descansado después de hacer el amor. Sintió sobre su columna, cómo los dedos de su amante tocaban una melodía sumamente familiar para él, lo cual lo hizo incorporar levemente para mirarlo a los ojos, pero el mayor, estaba con los ojos cerrados. Quiso abrir sus labios, preguntarle algo, pero no podía. Tenía miedo y al mismo tiempo, no sabía exactamente qué preguntar. Sintió cómo dos gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas para encontrarse sobre su mentón. Se mordió el labio inferior, ahogando un sollozo. Despegó sus labios tan sólo para llamarlo, para decir su nombre.
– Tatsu – Gimió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario